viernes, 21 de noviembre de 2014

OTRA HISTORIA DE MCLAN


La reflexión que hoy os dejamos la teníamos reservada para una ocasión reseñable, que esta semana se presenta tras las 6 candidaturas de "Las calles siguen ardiendo" a los Goya. El resto del camino hasta la nominación es incierto, pero sería una pena no disfrutar del momento.

Así que os dejamos con nuestra particular visión de lo que fue llegar hasta aquí.



Lo mejor que nos pueden decir al terminar de ver “Las calles siguen ardiendo” es lo que me dijo un amigo hace poco: “me habéis generado la necesidad de escuchar a Mclan”. Una frase que empieza a ser popular en las impresiones de los espectadores.

No puedo imaginar crítica mejor para un proyecto como este, en el que el fin es contar una historia, la historia de Carlos y Ricardo, los MCLAN. Hablar de la banda Murciana implica contar la de mucha gente más, la de todos los que quedan reflejados en el metraje, y la de aquellos que no aparecen en los títulos de crédito, ni pertenecen a su círculo más íntimo o su entorno profesional. Me refiero a todos los que han seguido su trayectoria, que han escuchado sus discos una y otra vez, y han hecho de su música la banda sonora de sus recuerdos.

Es ahora cuando me tomo el respiro que no me permití tomarme en medio de toda la aventura que supuso hacer el documental, para pensar en mi Yo de hace unos años, la que descubrió a MClan algo tarde (lo cierto es que no los conocía desde su primer disco) a través de su “Llamando a la tierra”, bailando los fines de semana en “Tarantino”, el bar de moda por entonces para toda la chavalería granadina.
Intuía en ellos algo más que el hit del momento, escuchaba la voz de Tarque e imaginaba tras ella a una figura apoteósica como las que aparecían en las portadas de mis vinilos favoritos, se me antojaba una mezcla entre la silueta a contraluz de Bob Dylan en azul de un doble recopilatorio que tenía en casa,  y un Roger daltry saliendo al escenario de Woodstook ataviado de blanco. Algo de cierto había en mi intuición, aunque fuera por lo del pelo rizado.

El verano que entré en la facultad, para mi cumpleaños, sólo cabía un regalo posible para los que me conocían, dos si contamos la banda sonora de Platoon, con el Adagio for Strings de Barber que aún guardo como oro en paño, y que me fue a regalar un amigo amante de la música y compañero de tertulias que hoy en día se corona como uno de los mejores periodistas musicales de su generación. Tal había sido mi insistencia los últimos meses en escuchar una y otra vez el repertorio de “Sin enchufe” que había ido grabando poco a poco de la radio, que me regalaron dos copias. Para mi fue el disco definitivo para declararme su seguidora, para esperar cada nuevo trabajo con ansiedad por una nueva dosis, cuando guardaban un silencio que se me hacía prolongado aunque estuviera dentro de los límites naturales para componer y crear.

“Sin enchufe” estaba para mí a otro nivel, llamado a ser una referencia. Era mi disco para escuchar del tirón, y eso era mucho decir para alguien que se pasaba las tardes recorriendo la inmensa colección de vinilos de casa, seleccionando un tema tras otro que podía ir de King Crimson o Southside Johnny, a Neil Diamond. Perdí la cuenta de las veces que llegué a escuchar temas como “Los periódicos de mañana” o “Maggie despierta”, que por otra parte me alentó a conocer al gran Rod Stewart más allá de los discos “Baby jane” o “What i´m gonna do” que mi padre atesoraba en su colección, y que me sabía de memoria.

A pesar de que no es su disco más popular, y de que ensombrece si lo comparas con el magnífico “Memorias de un espantapájaros”, en el que cada tema es un regalo, “Sopa fría” es un disco al que tengo un especial cariño. Puede que “El hombre de las tabernas” sea mi tema favorito de M Clan, me desarma todo de él, desde la música a la letra, en conjunto me parece un tema muy cinematográfico, y es la banda sonora de aquél viaje a Lisboa con los que hoy por hoy siguen siendo mis amigos con mayúsculas. “Miedo”, aunque me encanta, me recuerda a la muerte de mi abuela, más por mi propia asociación, que siempre he necesitado de la música para procesar los avatares de la vida. 
Ya por entonces estaba en Madrid, en busca del sueño, sin embargo de esta época difícil, dura y maravillosa que (por suerte) se sigue alargando en el tiempo, tengo un especial recuerdo de “La Niebla”, que me atrapó desde el principio. Estoy muy segura de que parte de culpa la tuvo mi admiración por “Cumbres borrascosas”, a la que inevitablemente me traslada cada vez que la escucho. El páramo más insondable con la voz de Tarque resonando, ese violín cerrando el tema como una bruma espesa que funde a negro…Llegué a escucharla en el ipod unas cien veces seguidas a lo largo de un día, mientras me deslizaba de un recado a otro por Madrid. Adicciones de este tipo me dan muy de vez en cuando, esa necesidad de ponerla otra vez por si hay algo que se me ha escapado, prometiéndome a mí misma que una última reproducción y se acabó, y que me ha pasado con temas contados como “I´ll be your lover too" de Van Morrison, “I shall be realeased” de Bob Dylan o “Winter” de Joshua radin.

Son sólo algunos de los temas de Mclan que me han acompañado todos estos años, mis favoritos, que no quiere decir que sean los mejores, si no mi elección personal de un grupo del que me gusta todo. Tanto, que me imponía cierto respeto conocerles, desvirtuar la idílica imagen forjada a los largo de los años, que incluían gritos desatados en sus actuaciones, y hasta episodios en los que me acerqué a pedirles que me firmaran una entrada tras el concierto para mí y mi amiga.

Pero conocerles a nivel profesional, hacerles una propuesta que algunos artistas que admirábamos habían rechazado…eso era otra cosa. Traspasado el umbral del fan, entrando en la esfera de lo profesional, y sin apenas ningún credencial que pudiera resultarles atractivo a gente de su nivel, nos acercamos a un concierto de Jimmy Barnatán, con la promesa de que Tarque actuaría con él esa noche, y de que Jimmy haría las presentaciones después. Era la primera vez que abordábamos a un músico así. Con el resto habíamos tenido la opción del mail o del teléfono, lo que en los casos de rechazo lo hacía, por lo menos, algo más cómodo, pero en este caso no nos quedaba otra opción que ir hasta allí y tratar de convencerle.
Jimmy estaba empezando a cantar el primer tema del repertorio cuando Tarque se apoyó a nuestro lado en la barra para pedir. No sabré nunca de donde saqué el valor para presentarme y hablarle del proyecto. Por suerte Jimmy ya se lo había comentado y le interesaba. No podíamos creerlo, hablamos de “El último vals” y de lo que pretendíamos hacer, hicimos una pausa para que saliera a cantar “Mustang Sally”, y finalmente nos fuimos con un sí de Carlos Tarque para nuestro documental “En Granada es posible”.

El resto es más conocido, con una trayectoria más o menos lógica y fácil de entender: pasamos a grabar la entrevista para el documental, conocimos a Ricardo, luego tuvimos el concierto, y luego pensaron en nosotras para contar su historia. Tras toda esta historia, es más fácil hacerse una idea de lo que ha supuesto para nosotras firmar “Las calles siguen ardiendo”, no sólo por la responsabilidad que suponía y el respeto que nos imponía, si no porque son ya algunos años en la profesión, y una de las cosas que se aprenden (más si eres algo mitómano) es que los ídolos son sólo para verlos de lejos. La imagen que cada uno tiene de sus ídolos es propia, es personal y la percibe de forma distinta, por eso es muy difícil que se asemeje a la persona que hay tras el mito. Carlos y Ricardo son una rara excepción para esta consabida regla; en cuanto los conoces no necesitas al mito, lo puedes dejar en el escenario, donde debe estar, con ellos no necesitas agarrarte a su imagen como ídolo de masas para seguir apreciándoles, ellos hablan y les coges cariño, te hacen sentir a gusto y son entregados a la hora de trabajar: con esa irresistible y admirable esencia  de quien lleva tanto en esto, y sigue enamorado de lo que hace.


La primera noche que actuaban en el Price, tras una jornada de rodaje completita, estábamos entre bambalinas, situadas con nuestros cámaras en lados estratégicos del acceso al escenario para no estorbarles en esa entrada que se antojaba triunfal, como un canto a toda su carrera, con su grupo arropándoles, y ataviados de rojo y negro, con rollo, con ese sabor yankee innato, sin complejos, que tanto nos gusta. Se les veía verdaderamente grandes. Los observábamos embelesadas resguardadas en nuestro escondite, esperando para dar la señal a Willy y Sara, y tratar de atrapar esa entrada cuando, en medio de lo que sin duda tiene que ser un auténtico chute de individualidad y de absorción, en el que estás cegado por la situación, nos vieron. Nos vieron y se acercaron a darnos un abrazo y las gracias justo antes de entrar. Les deseamos suerte mientras subían los escalones a la gloria, y un estallido sonoro, unificado y aplastante los recibió. Su persona estaba hace un segundo con nosotras, y el ídolo, acababa de irrumpir.  

viernes, 14 de noviembre de 2014

La canción del fin del mundo



Cuando a un director de cine le gusta la música, se nota. Si además es capaz de fundir esta pasión con su obra, el resultado suele ser abrumador. Así, canciones ya de por sí emblemáticas, pueden quedar unidas a una imagen que las realce, y temas desconocidos para el gran público pueden acceder a la inmortalidad. La música y el cine son una de las combinaciones que más maravillas nos ha dejado a lo largo de sus encuentros, y conseguir la mezcla perfecta de ambas es todo un arte.
   
       


Antes de Scorsese, "Atlantis" de Donovan nos sumergía inevitablemente en el océano al escucharla, pero después de "Uno de los nuestros" pasó a ser el acompañamiento perfecto de una paliza de mafiosos con puñetazos ralentizados. La habilidad de Martin para conjugar música y cine trasciende los límites de la mayoría de los directores hasta la fecha, sus películas son un acierto continuo en lo que a canciones se refiere. No hay que olvidar que estamos ante el director de "El último vals" y "No direction home". 

Más discreto, pero con innegables destellos de este don es Oliver Stone, que con la guerra de Vietnam y política americana como temas fetiche, firma una de las secuencias más bellas y conmovedoras de la historia: la muerte de Elías (Willem Dafoe) en Platoon, cayendo con los brazos abiertos en el momento más álgido del "Adagio for strings" de Barber. Con ella dejó claro que este canon es la definición de desgarrador, y nos brindó una imagen inmortal para recordarlo.



Y si escarbamos un poquito en la pareja formada por la ópera y el séptimo arte, todos solemos acordarnos del coqueteo de Garry Marshall con La Traviatta de Puccini en "Pretty woman", cuando en mi humilde opinión, en este campo nadie ha podido superar a Norman Jewison con una oscarizada Cher caminando por las calles de Nueva York dando patadas a una lata, mientras un devastado Nicolas Cage sube el volumen de su tocadiscos y La Bohéme envuelve el amanecer de "Hechizo de Luna". 



El siempre transgresor Paul Thomas Anderson nos hizo a muchos el favor de presentarnos a la etérea Aimeé Man, que firmó la banda sonora de "Magnolia", participando en una de las secuencias más singulares del cine contemporáneo, en el que en medio de una tormenta de emociones, todos los personajes se ponían a cantar aquello de "Wise up", y el film se despedía de forma acojonante con "Save me", nominada a los oscars de ese año a mejor canción original. 

Pero esta categoría surgió años atrás cuando el (probablemente) mejor dúo de la historia compuso por primera vez un tema por encargo para una película. "Mrs Robinson" supuso un antes y un después para Simon y Garfunkel, como todas las secuencias en que sus canciones acompañaban a "El Graduado", destacando los enigmáticos semblantes de la bellísima Katherine Ross y un jovencísimo Dustin Hoffman subidos en el autobús al son de "The sound of silence".



Y con Katherine Ross tenemos que hacer parada obligatoria en "2 hombres y un destino", y reverenciar al maestro George Roy Hill por ese paseo en bicicleta con Paul Newman, Burt Bacharach y su "Raindrops keep falling on my head" sonando entre las tablas de madera de una valla por la que se cuela el sol. Lo que transmite esta escena, y cómo puede llegar a tocar al espectador, la convierte en una entre un millón.

Si por el contrario necesitamos un subidón de adrenalina, y estamos cansados del "California" de Rocky (y quien no lo esté, lo estará cuando vea en Rocky VI a Stallone subir las escaleras al final de su entrenamiento...con un perrito) podemos coger "The fighter" y disfrutar de la reinvención del entrenamiento del boxeador al son de "Can you hear me knocking" de los Rolling Stones, y de la entrada de Bale y Walbergh a contracorriente en el ring con su himno, materializado en la poderosa "Here i go again" de Whitesnake.

El maestro de los revivals en lo que a música se refiere es sin duda Tarantino, que en cada una de sus películas consigue lo imposible, desde que la dulce Nancy Sinatra nos cante la masacre de "La novia" a que un puñado de chicas muera a manos de El especialista Mike mientras tratamos de memorizar el nombre del grupo que canta su muerte con "Hold tight" 
(Dave dee dozy beaky mick & tich).

Tales son las maravillas que esta estrecha amistad entre cine y música ha ido dejando, y tal es el placer de verlas y escucharlas, que más de uno las visiona a menudo en youtube, o las agrupa todas en un dvd (en mi caso), para dejar que le atrapen de vez en cuando, y esbozar una sonrisa por esos minutos de paz y admiración ante algo perfecto. Y de entre todos esos tesoros que cada uno tenemos grabados en el recuerdo, y de los muchos que hoy se quedan en el tintero, yo me quedo con Cameron Crowe, que tras lucirse con Tome Petty o Bob dylan en Jerry Maguire, dejó clara su pasión por la música contando su propia historia en "Casi Famosos", con fórmulas perfectas a lo largo de toda la película, desde un autobús de músicos enfadados que es capaz de reconciliarse al cantar "Tinny dancer", a describirnos el amor tan sólo con "I wish i had a river" y un interminable estrechón de manos entre Kate Huson y Billy Crudup.

Hasta aquí mi lista de matrimonios acertados entre cine y música. No la he meditado mucho, ni he tratado de citar las mejores, tan sólo he ido saltando de una a otra según iba recordando, y os he dejado los carteles de muchas otras que se quedan para la próxima, ¡No hay prisa! 
Al fin y al cabo no estamos en la radio pirata de Richar Curtis, no somos Phililp Seymour Hoffman ni tenemos que elegir un último tema que pinchar antes de que el barco hunda, y aunque su elección de "Nights in white satin" para la última locución, seguido de la deliciosa "Wouldn´t it be nice" es más que acertada, seguro que todos tenemos pensada una canción para el fin del mundo.







Texto: Cristina Martín