La reflexión que hoy os dejamos la teníamos reservada para una ocasión reseñable, que esta semana se presenta tras las 6 candidaturas de "Las calles siguen ardiendo" a los Goya. El resto del camino hasta la nominación es incierto, pero sería una pena no disfrutar del momento.
Así que os dejamos con nuestra particular visión de lo que fue llegar hasta aquí.
Lo mejor que nos pueden decir al terminar
de ver “Las calles siguen ardiendo” es lo que me dijo un amigo hace poco: “me
habéis generado la necesidad de escuchar a Mclan”. Una frase que empieza a ser
popular en las impresiones de los espectadores.
No puedo imaginar crítica mejor para un
proyecto como este, en el que el fin es contar una historia, la historia de
Carlos y Ricardo, los MCLAN. Hablar de la banda Murciana implica contar la de
mucha gente más, la de todos los que quedan reflejados en el metraje, y la de aquellos que no aparecen en los títulos de crédito,
ni pertenecen a su círculo más íntimo o su entorno profesional. Me refiero a
todos los que han seguido su trayectoria, que han escuchado sus discos una
y otra vez, y han hecho de su música la banda sonora de sus recuerdos.
Es ahora cuando me tomo el respiro que no
me permití tomarme en medio de toda la aventura que supuso hacer el documental,
para pensar en mi Yo de hace unos años, la que descubrió a MClan algo tarde (lo cierto es que no los conocía desde su primer disco) a través de su “Llamando a la tierra”, bailando los fines
de semana en “Tarantino”, el bar de moda por entonces para toda la chavalería
granadina.
Intuía en ellos algo más que el hit del
momento, escuchaba la voz de Tarque e imaginaba tras ella a una figura
apoteósica como las que aparecían en las portadas de mis vinilos favoritos, se
me antojaba una mezcla entre la silueta a contraluz de Bob Dylan en azul de un
doble recopilatorio que tenía en casa, y
un Roger daltry saliendo al escenario de Woodstook ataviado de blanco. Algo de
cierto había en mi intuición, aunque fuera por lo del pelo rizado.
El verano que entré en la facultad, para
mi cumpleaños, sólo cabía un regalo posible para los que me conocían, dos si
contamos la banda sonora de Platoon, con el Adagio for Strings de Barber que
aún guardo como oro en paño, y que me fue a regalar un amigo amante de la
música y compañero de tertulias que hoy en día se corona como uno de los
mejores periodistas musicales de su generación. Tal había sido mi insistencia
los últimos meses en escuchar una y otra vez el repertorio de “Sin enchufe” que
había ido grabando poco a poco de la radio, que me regalaron dos copias. Para
mi fue el disco definitivo para declararme su seguidora, para esperar cada
nuevo trabajo con ansiedad por una nueva dosis, cuando guardaban un silencio
que se me hacía prolongado aunque estuviera dentro de los límites naturales
para componer y crear.
“Sin enchufe” estaba para mí a otro
nivel, llamado a ser una referencia. Era mi disco para escuchar del tirón, y
eso era mucho decir para alguien que se pasaba las tardes recorriendo la inmensa
colección de vinilos de casa, seleccionando un tema tras otro que podía ir de
King Crimson o Southside Johnny, a Neil Diamond. Perdí la cuenta de las veces
que llegué a escuchar temas como “Los periódicos de mañana” o “Maggie
despierta”, que por otra parte me alentó a conocer al gran Rod Stewart más allá
de los discos “Baby jane” o “What i´m gonna do” que mi padre atesoraba en su
colección, y que me sabía de memoria.
A pesar de que no es su disco más
popular, y de que ensombrece si lo comparas con el magnífico “Memorias de un
espantapájaros”, en el que cada tema es un regalo, “Sopa fría” es un disco al
que tengo un especial cariño. Puede que “El hombre de las tabernas” sea mi tema
favorito de M Clan, me desarma todo de él, desde la música a la letra, en conjunto
me parece un tema muy cinematográfico, y es la banda sonora de aquél viaje a
Lisboa con los que hoy por hoy siguen siendo mis amigos con mayúsculas. “Miedo”,
aunque me encanta, me recuerda a la muerte de mi abuela, más por mi propia
asociación, que siempre he necesitado de la música para procesar los avatares
de la vida.
Ya por entonces estaba en Madrid, en busca del sueño, sin embargo
de esta época difícil, dura y maravillosa que (por suerte) se sigue alargando
en el tiempo, tengo un especial recuerdo de “La Niebla”, que me atrapó desde el
principio. Estoy muy segura de que parte de culpa la tuvo mi admiración por
“Cumbres borrascosas”, a la que inevitablemente me traslada cada vez que la
escucho. El páramo más insondable con la voz de Tarque resonando, ese violín
cerrando el tema como una bruma espesa que funde a negro…Llegué a escucharla en
el ipod unas cien veces seguidas a lo largo de un día, mientras me deslizaba de
un recado a otro por Madrid. Adicciones de este tipo me dan muy de vez en
cuando, esa necesidad de ponerla otra vez por si hay algo que se me ha
escapado, prometiéndome a mí misma que una última reproducción y se acabó, y
que me ha pasado con temas contados como “I´ll be your lover too" de Van Morrison, “I shall
be realeased” de Bob Dylan o “Winter” de Joshua radin.
Son sólo algunos de los temas de Mclan que
me han acompañado todos estos años, mis favoritos, que no quiere decir que sean
los mejores, si no mi elección personal de un grupo del que me gusta todo.
Tanto, que me imponía cierto respeto conocerles, desvirtuar la idílica imagen
forjada a los largo de los años, que incluían gritos desatados en sus
actuaciones, y hasta episodios en los que me acerqué a pedirles que me firmaran
una entrada tras el concierto para mí y mi amiga.
Pero conocerles a nivel profesional,
hacerles una propuesta que algunos artistas que admirábamos habían
rechazado…eso era otra cosa. Traspasado el umbral del fan, entrando en la
esfera de lo profesional, y sin apenas ningún credencial que pudiera
resultarles atractivo a gente de su nivel, nos acercamos a un concierto de Jimmy
Barnatán, con la promesa de que Tarque actuaría con él esa noche, y de que
Jimmy haría las presentaciones después. Era la primera vez que abordábamos a un
músico así. Con el resto habíamos tenido la opción del mail o del teléfono, lo
que en los casos de rechazo lo hacía, por lo menos, algo más cómodo, pero en
este caso no nos quedaba otra opción que ir hasta allí y tratar de convencerle.
Jimmy estaba empezando a cantar el primer
tema del repertorio cuando Tarque se apoyó a nuestro lado en la barra para
pedir. No sabré nunca de donde saqué el valor para presentarme y hablarle del
proyecto. Por suerte Jimmy ya se lo había comentado y le interesaba. No
podíamos creerlo, hablamos de “El último vals” y de lo que pretendíamos hacer,
hicimos una pausa para que saliera a cantar “Mustang Sally”, y
finalmente nos fuimos con un sí de Carlos Tarque para nuestro documental “En
Granada es posible”.
El resto es más conocido, con una
trayectoria más o menos lógica y fácil de entender: pasamos a grabar la
entrevista para el documental, conocimos a Ricardo, luego tuvimos el concierto, y luego pensaron en nosotras para contar su historia. Tras toda esta historia, es
más fácil hacerse una idea de lo que ha supuesto para nosotras firmar “Las
calles siguen ardiendo”, no sólo por la responsabilidad que suponía y el
respeto que nos imponía, si no porque son ya algunos años en la profesión, y
una de las cosas que se aprenden (más si eres algo mitómano) es que los ídolos
son sólo para verlos de lejos. La imagen que cada uno tiene de sus ídolos es
propia, es personal y la percibe de forma distinta, por eso es muy difícil que
se asemeje a la persona que hay tras el mito. Carlos y Ricardo son una rara
excepción para esta consabida regla; en cuanto los conoces no necesitas al
mito, lo puedes dejar en el escenario, donde debe estar, con ellos no necesitas
agarrarte a su imagen como ídolo de masas para seguir apreciándoles, ellos
hablan y les coges cariño, te hacen sentir a gusto y son entregados a la hora
de trabajar: con esa irresistible y admirable esencia de quien lleva tanto en esto, y sigue
enamorado de lo que hace.
La primera noche que actuaban en el
Price, tras una jornada de rodaje completita, estábamos entre bambalinas,
situadas con nuestros cámaras en lados estratégicos del acceso al escenario
para no estorbarles en esa entrada que se antojaba triunfal, como un canto a
toda su carrera, con su grupo arropándoles, y ataviados de rojo y negro, con
rollo, con ese sabor yankee innato, sin complejos, que tanto nos gusta. Se les
veía verdaderamente grandes. Los observábamos embelesadas resguardadas en
nuestro escondite, esperando para dar la señal a Willy y Sara, y tratar de atrapar
esa entrada cuando, en medio de lo que sin duda tiene que ser un auténtico
chute de individualidad y de absorción, en el que estás cegado por la
situación, nos vieron. Nos vieron y se acercaron a darnos un abrazo y las
gracias justo antes de entrar. Les deseamos suerte mientras subían los
escalones a la gloria, y un estallido sonoro, unificado y aplastante los
recibió. Su persona estaba hace un segundo con nosotras, y el ídolo, acababa de
irrumpir.